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Entre las diversas razones que explican la permanencia del régimen comandado por Coalición Canaria y su oligarquía económica hay una que destaca sobre las demás y sobre la que hoy queremos centrarnos.
Para hacerlo bastaría con una simple prueba del algodón extrapolable rápidamente al conjunto de la sociedad. Diríjanse ustedes a un instituto normal de este archipiélago y pregunten por noticias de actualidad como pudiera ser el levantamiento del secreto del balonazo de Las Teresitas o si el profesorado tiene conocimiento acerca de la R.I.C., de lo que supone, de donde se detraen los impuestos que muchos empresarios dejan de pagar a erario público.
Y encontrándose en un lugar con formación académica superior que supuestamente debería estar bien informado acerca de la realidad cotidiana que nos atañe, se llevarán una sorpresa. Son pocas las personas que le responderán a estas cuestiones de forma acertada cuando no ignorarán casi totalmente las cuestiones sobre las que se les inquiera.
Tampoco tendrían que elaborar una tesis al respecto, pero entre eso y un desconocimiento y desinterés absoluto hay mucha distancia intelectual y social que raya lo escandaloso.
Si trasladamos este triste panorama a sectores menos formados de la población, reflejados en el soslayado informe PISA, fácilmente podemos hacernos una idea de lo que sucede en esta sociedad y que vendría a explicar le existencia de un régimen bananero en estas islas.
Y es que el mayor éxito de nuestra clase política consiste en haber conseguido que no sólo la política sino también las cuestiones sociales y lo público sea visto como algo engorroso, que no debe interesar lo más mínimo, o en el mejor de los casos que sea contemplado como algo irremediable y corrupto por naturaleza, ante lo que nada puede ni debe hacerse, pues es una cuestión que únicamente atañe a políticos “mamones” corruptos.
Han logrado que los bienes públicos no se sientan como tales, que el robo y el latrocinio de guante blanco de personajillos que pretender ser tratados como señores que no son se responda con la indiferencia y el alejamiento de la participación electoral y social.
Es cierto que esta situación ha traído consigo el despertar de un significativo sector social concienciado y con capacidad de movilización y denuncia, pero que se muestra insuficiente ante tanta pasividad, falta de información y de exigencia de unos derechos propios que le son hurtados a la sociedad sin que a la mayoría de esta parezca importarle. Esto unido a lo antropófago de muchos grupos alternativos que culminan autodevorándose a sí mismos y a los que le son cercanos terminan de configurar el paisaje social de esta sociedad.
Y es que el verdadero éxito de esta mediocre clase política que soportamos estriba en el hecho de haber conseguido unos ciudadanos sumisos, que reniegan de lo que es auténticamente nuestro de tal forma que no les importe que lo hagan suyo (de los políticos se entiende), que se abstenga de informarse y acabe mirando para otro lado cuando no pone la mano para que le den alguna propinilla o se sientan halagados por los saludos de los falsos señores.
Ante este panorama en el que la información libre no abunda, pero que tampoco es demandada por una sociedad adocenada no sólo en niveles de escasa formación, sino también en otros que se le supone una mayor, es normal que este régimen bananero se haya perpetuado, máxime cuando confluyen para ello otro conjunto de circunstancias no menos importantes que lo hacen posible.
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